El Miércoles de ceniza: comenzando por el final
Hno. Dr. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti[1]
El Año litúrgico encuentra su centro en la victoria de Cristo sobre la muerte, realizada en su resurrección. ¡Esta la Pascua definitiva!
José, un joven seminarista, pensaba en esto mientras hojeaba un libro sobre la vida de los santos… pero una duda le vino a la cabeza: ¿por qué siempre se da más importancia a la muerte que a la vida del santo? ¿Por qué se conmemora su fiesta el día de su fallecimiento?
Levantándose del tosco banco de madera donde estaba sentado, José se dirige a la sala del Rector y toca a la puerta.
- ¡Adelante! ¿Qué deseas José?
- Disculpe incomodarlo padre, ¿por qué se celebran a los santos el día de su muerte?
- Hijo, el fin corona la obra. ¿Quién es premiado, el que inicia bien la maratón, o el que llega primero al final?
- El que llega, ¡sin duda!
- Aquí está el punto central, y puedes observar esto de modo muy claro en la preparación para la Pascua: todo se inicia el Miércoles de ceniza, día en que la Iglesia recuerda aquella frase de las Escrituras: «Acuérdate hombre que eres polvo, y al polvo retornarás» (Gn 3,19). Tomando las cenizas del Domingo de Ramos del año anterior, el sacerdote traza sobre la frente de los fieles una cruz, recordando que, para llegar bien a este momento, es necesario un camino de preparación. Así se inicia la Cuaresma.
- Entonces… ¿la Iglesia inicia por el final?
- ¡Así es José! La cuaresma se inicia con el recuerdo de nuestro final. Sé que es un tema que muchas personas en nuestros días se esfuerzan por olvidar, pero que necesariamente ha de llegar y es necesario que estemos preparados.
En el Miércoles de ceniza la Iglesia predica dos cosas a nosotros: una presente y otra futura. La futura no es difícil creer: un día seremos polvo, como son nuestros antepasados ya fallecidos. Pero la presente es más difícil entender y aceptar: somos polvo. ¿Cómo podemos entender esta frase si nuestros ojos nos muestran lo contrario? Definitivamente no soy polvo, puede pensar una persona. Camino, trabajo, pienso, tengo toda una vida por delante.
Comencemos por preguntar: ¿qué era Ud. antes de nacer? ¡Polvo! Es la respuesta. Polvo aquí significa la materia de que somos constituidos, destituida de vida y que toma vida a partir del momento en que se integra a nuestro cuerpo. Vamos a la segunda pregunta: ¿Qué serás en el futuro? ¡Polvo! El ser humano, en cualquier estado en que esté fue polvo y será polvo, por lo tanto, es polvo. Solo Dios es siempre lo mismo, como Él se declaró a Moisés: «Yo soy aquél que es» (Ex 3,14). San Jerónimo se pregunta: «¿Sabes por qué solo Dios es lo que es? Porque solo Dios es lo que fue y lo que ha de ser: Él siempre fue Dios, es Dios y ha de ser siempre Dios». En nuestro caso éramos polvo, recibimos la vida, volveremos a ser polvo. Por eso somos polvo.
A partir del momento en que nos convencemos de que realmente somos polvo, estamos en el inicio del camino correcto que es reconocer que solo uniéndonos a Dios podemos gozar de su vida eterna, separados de Él seremos polvo viviente y seremos polvo eternamente.
Nuestra vida encuentra su real sentido no en el polvo de que somos constituidos, sino en la vida eterna que nos es prometida por Dios. Esta realidad, tan lógica, está hoy sepultada por los innumerables focos de desviación de nuestra atención: las necesidades materiales, las innovaciones técnicas, las vanidades de la vida, el anhelo insaciable por las novedades. A cada momento estamos siendo manipulados por una inundación de novedades que calculadamente nos impiden de ver la realidad: sin Dios somos polvo. Nuestra vida, en verdad, es un círculo de polvo a polvo.
En el Miércoles de ceniza la Iglesia, como madre amorosa, nos saca de confusión de la vida y nos recuerda: «¿hijo mío, sabes lo que eras? Polvo. ¿Sabes lo que eres? Polvo. ¿Sabes lo que serás? Polvo. Entonces mira: en este día se inicia tu camino hacia la salvación, te ofrezco un camino suave, pausado, pero seguro. Durante cuarenta días meditarás sobre tu vida, asistirás a la misa, harás caridad para con tu prójimo, amarás a Dios y los que te circundan y luego de esta preparación Jesús vendrá a ti, ofreciendo su vida, instituyendo la Sagrada Eucaristía, sacrificándose por ti, resucitando glorioso para llenarte de esperanza.
En cada misa celebrada tenemos un memento de los vivos y un memento de los muertos. Un memento al polvo que somos y otro al polvo que seremos. En el primero recordamos a ciertas personas en especial, a todos los presentes en la ceremonia y a los cristianos del mundo entero. En el memento de los muertos recordamos a los que eran «polvo levantado» y ya son «polvo yacente», puesto que, ya habiendo pasado por su juicio particular, los difuntos ya no pueden merecer por sí mismo, pero nosotros podemos pedir por ellos.
La muerte es una puerta que Dios abre delante de nosotros para llegar al cielo, pero que nosotros podemos cerrar definitivamente por el pecado. Esta es la puerta que se abrió para las cinco vírgenes prudentes y se cerró para las cinco necias. En este momento, muchos desearían dos cosas: o no haber nacido o tornar a nacer para llevar una vida diferente. Pero el tiempo ya se ha concluido para el hombre en este momento, no hay como volver atrás. Comencemos a vivir hoy como quisiéramos haber vivido en este momento decisivo.
Para alcanzar este final lleno de felicidad, podemos aprovechar la cuaresma para pensar en cuatro puntos principales: Primero: ¿cuántos años ya he vivido? Segundo: ¿cómo viví estos años? Tercero: ¿cuántos años aun podré vivir? Cuarto: ¿Cómo debo vivir estos años? Esta será una excelente resolución para este Miércoles de ceniza, pues sin resolución nada se hace.
Algunos pueden sentirse incomodados con el recuerdo de la muerte que la Iglesia promueve con la ceremonia de las cenizas, pero no debemos temer la muerte, pues esta es un momento pasajero, no debemos temer el día de las cenizas, sino el de Pascua, porque sabemos que un día vamos a resucitar y vivir eternamente, pero lo que no sabemos si esta eternidad la viviremos con Dios en el cielo, o separados de Él de modo irremediable. Somos mortales hasta el polvo, pero inmortales después de él[2].
Este Miércoles de ceniza es para nosotros una llamada de misericordia para alcanzar la Pascua eterna y feliz. Para llegar a esta gloria, necesitamos pasar por la cuaresma de las pruebas y dificultades de la vida, por el Domingo de Ramos de las victorias y felicidades a veces pasajeras y aparentes, por el Jueves Santo de las gracias sacramentales, pero también de las grandes traiciones, a veces de aquellos que comían con nosotros el mismo pan, por el Viernes Santo de la condenación humana, del camino del calvario y del sacrificio de la cruz, por el sábado en que todo parece perdido y sepultado, pero encontramos a la Virgen María que nos ampara con su esperanza y su fe. Por este camino conoceremos la verdad sobre la cual preguntaba Pilato y llegaremos a la vida que nos da Jesús en la Pascua de la Resurrección.
[1] El autor es Doctor en Teología por la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima.
[2] Cf. «Sermão da quarta-feira de cinza». En: Vieira, Antonio. Sermões. Antologia. Rio de Janeiro, 2011, pp. 51-80. Esta homilía fue pronunciada en la Iglesia de Santo Antonio de los Portugueses, en Roma, el año 1670, por el gran orador Padre Antonio Vieira.